Los cetáceos habían tenido sus crías en el Pacífico colombiano entre agosto y noviembre. Presión internacional hizo desistir a balleneros orientales de frenar la pesca de esta especie en extinción.
Diciembre no había comenzado bien, ni para las ballenas ni para las organizaciones ambientales que las defienden.
En los primeros 20 días del mes todo fue zozobra, luego de que se confirmara la intención de Japón de cazar 50 ballenas jorobadas o yubartas, las mismas que habían llegado a Colombia entre agosto y noviembre para dar a luz a sus crías, y que muchos turistas contemplaron en jornadas de avistamiento en el océano Pacífico.
Pero ayer se les apareció la Virgen. El Gobierno de este país oriental suspendió oficialmente la cacería de esta especie en vías de extinción, que iba a emprender este año en la Antártida -por primera vez desde 1963- con la anuencia de la Comisión Ballenera Internacional.
Aunque esta última entidad, en la reunión efectuada en 2007 en Anchorage (Alaska), ratificó la moratoria que prohibe la caza comercial de ballenas, que lleva en vigor desde 1986, le abrió un espacio a Japón para que cazara en la antártida con fines 'científicos'. Sin embargo, para muchos de los expertos de esta entidad internacional, ese aval solo resulta ser una 'caza comercial encubierta'.
Tanto así que, aunque anunciaron que no cazarán las yubarta, si pescarán 850 ballenas minke y medio centenar de ballenas de aleta, que también están en riesgo de desaparecer.
La protección de estos ejemplares también falló en esa misma reunión de la Comisión del 2007, cuando Brasil y Argentina propusieron crear un santuario de ballenas en el Atlántico Sur. La idea no fue aprobada porque no logró el apoyo de 39 de los 77 países miembros (el 50 por ciento), cuando necesitaba el 75 por ciento de los votos para salir adelante. En ese momento faltó, entre otros, el apoyo de Colombia (ver recuadro).
La suspensión de la caza de ballenas se produce a pesar de que esta actividad le genera a Japón aproximadamente 2.000 toneladas de carne cada año, que en la venta al por mayor significan unos 33 millones de euros, cifra que se multiplica por tres al ser vendida a los comercios minoristas.
Los barcos balleneros nipones, algunos de los cuales ya están en el lugar de pesca, estuvieron siempre vigilados por una flota militar de aviones y barcos enviados por el gobierno de Australia, que fueron secundados por navios de la organización Greenpeace.
La idea de este seguimiento era recoger evidencias gráficas que puedan respaldar acciones legales contra los balleneros japoneses en cualquier tribunal internacional, avanzada que también funcionó como forma de presión para levantar la jornada de cacería. La yubarta es un cetáceo de 40 toneladas de peso que puede llegar a medir 20 metros.
El Ministerio de Asuntos Exteriores japonés explicó que, aunque "las diferencias (entre los países) con respecto al asunto ballenero son comprensibles", la captura de cetáceos debería discutirse en términos científicos en lugar de emocionales.
La postura japonesa, defendida especialmente por la Asociación Ballenera de Japón (ABJ) y similar a la que mantienen Noruega e Islandia, justifica la caza de ballenas por ser un recurso marino explotado por sus pueblos durante siglos y ante lo que ellos llaman "la abundancia de algunas especies como las minke y el rorcual de Bryde".
En su portal de internet, la ABJ considera que pedir a Japón que abandone la captura de cetáceos sería comparable a solicitar "a los australianos que dejen de comer pastel de carne, a los estadounidenses hamburguesas y a los ingleses 'fish and chips".
Para desprenderse de toda esta polémica, la superpotencia oriental busca ahora una reforma de la Comisión Ballenera porque considera que el organismo no cumple con el cometido para el que fue creado en 1946: conservar el número de cetáceos y gestionar las capturas.
Según este gobierno, el organismo se ha convertido en una entidad que se dedica únicamente a proteger a estos animales, símbolos de la vida marina y de su estabilidad.
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